La santa limeña se llamaba Isabel Flores de Oliva y nació el 20 de abril de 1586 en la capital del virreinato del Perú. Su vida estuvo consagrada a la oración y a ayudar a los pobres y enfermos. Si bien ingresó a la Orden Tercera de Santo Domingo, para la época no existía un monasterio femenino de dicha orden en Lima, por lo que la joven Isabel empleó el huerto de su casa como un lugar de retiro y contemplación.
A Rosa también se le conoció por llevar una vida de penitencias. No le gustaba su apariencia física pues atraía las miradas de los jóvenes, dispuestos a casarse con tan bella dama. Por ello se cortó su larga cabellera y cubrió su cara con un velo. La consagración hacia Dios era su misión y debía evitar las tentaciones.
La joven ayunaba por largas temporadas sin tomar agua, dormía en tablas y castigaba su cuerpo con latigazos. “Señor, auméntame los sufrimientos, pero auméntame en la misma medida tu amor”, solía decir según la bibliografía sobre su vida.
Su santidad fue reconocida por los limeños cuando ella aún estaba viva y por eso sus penitencias eran comentadas por toda la ciudad. Por lo tanto, ya era considerada una santa mucho antes de que el Papa Clemente X la canonizara en 1671, convirtiéndose en la primera santa de América. El mismo Pontífice la declaró patrona principal del Nuevo Mundo (América), Filipinas e Indias Occidentales.
Su vida terminó cuando apenas tenía 31 años de edad. Se ha escrito que miles de personas asistieron a sus funerales para despedirse de ella, un fervor que se mantiene hasta el día de hoy y que se refleja en las largas colas que sus devotos forman en vísperas del 30 de agosto, con el afán de dejarle una carta. Estas misivas se arrojan en el conocido pozo de los deseos, ubicado en el santuario que lleva su nombre.
En el santuario está la iglesia y convento construidos en el siglo XVII y XVIII, al lado de la casa donde vivió Isabel Flores de Oliva, en la primera cuadra de la avenida Tacna, en el centro de Lima.