Santa Águeda de Catania, mujer casta, mártir, Patrona de las enfermeras y protectora de las mujeres.
Una vida entregada a Cristo, una joven que se mantuvo fiel a sus ideales y al compromiso con el Señor. Un ejemplo de integridad y coherencia en dichos y hechos.
Un día como hoy, fallece Santa Águeda en prisión en el año 251 d.c. Nacida en Catania, Sicilia, ubicada al Sur de Italia, decide a su corta edad consagrar su vida a Jesús y realizar votos de castidad.
Persecución y tortura
El entonces gobernador de Sicilia, el procónsul Quintianus propone matrimonio a Águeda, sin embargo, la misma rechaza declarando que se había consagrado a Dios.
Esta respuesta desata la ira del procónsul y como castigo, ordena que la encierren en un prostíbulo durante un mes. La joven se mantuvo firme y no rompió con la promesa que le había hecho a Cristo. Se refugiaba repitiendo el Salmo 16:
«Señor Dios: defiéndeme como a las pupilas de tus ojos. A la sombra de tus alas escóndeme de los malvados que me atacan, de los enemigos mortales que asaltan”
Ante el fracaso del castigo propuesto, Quintianus la somete a insultos, mofas y torturas, hasta el punto de contarle los senos.
San Pedro y el alivio del dolor
Esa misma noche, se le aparece el apóstol San Pedro, cura sus heridas y le insta a entregar ese sufrimiento a Cristo.
Al día siguiente, asombrado por su curación, Quintianus la interrogó. Águeda atribuyó su sanación al poder de Jesucristo. A pesar de nuevas torturas, mantuvo su fe. Existen versiones sobre su muerte; algunas indican que fue sometida a torturas hasta morir en prisión, mientras otras sostienen que el gobernador la arrojó a llamas y brasas ardientes.
Durante años, múltiples cristianos interceden a través de Santa Águeda por enfermedades en los pechos, con la lactancia o en casos de partos complicados. Además, realizan peticiones para mantener la fe y la permanencia en castidad.
«Oh Señor, Creador mío: gracias, porque desde la cuna me has protegido siempre. Gracias porque me has apartado del amor a lo mundano y de lo que es malo y dañoso. Gracias por la paciencia que me has concedido para sufrir. Recibe ahora en tus brazos mi alma» – oración atribuida a Santa Águeda, al momento de morir.