Ángela nace en Foligno, en 1248. En su juventud es una mujer de mundo y una esposa no muy ejemplar. Pero, a los 37 años, probada por el dolor y por la pérdida de su esposo y de sus hijos, cae en un estado de soledad y de desesperación.
Se le aparece en sueños san Francisco, quien la exhorta a recorrer, con valentía, el camino de la perfección. Después de vender y de dar a los pobres todas sus riquezas, Ángela entra en la Tercera Orden Franciscana.
Emprende una peregrinación a Asís y, en la ciudad de poverello, experimenta la primera de una serie de conmovedoras experiencias místicas, que la ponen en el centro de atención de los doctores más sublimes de su época. Desde entonces, Ángela concentra toda su meditación y su ascesis en la figura de Cristo sufriente en la cruz y en la Santísima Trinidad.
Su director espiritual, Arnaldo de Foligno, recogió sus visiones en un Memorial, que aún hoy se constituye en una de las obras más insignes de la espiritualidad católica.
En sus extraordinarias visiones, tiene origen una particular actitud hacia el prójimo: la “maternidad espiritual”. Ángela se convierte en la amiga y en la asistente más asidua de los enfermos y de los leprosos. Famoso fue su gesto, realizado con toda humildad, de beber el agua en que había lavado las llagas de un enfermo.
En torno a ella, se reunió en Foligno, un grupo cada vez más numeroso de “hijos e hijas espirituales”, atraídos por su santidad. A ellos les dirigías sus cartas sobre temas como la humildad, la caridad y la paz interior: “El sumo bien del alma es la paz verdadera y perfecta –decía Ángela-. El que quiera el perfecto reposo, aplíquese a amar a Dios, el único que puede dar la paz”.
Muere en Foligno en 1309, con apenas 61 años de edad. Con méritos, es llamada “maestra de los teólogos”.
Hoy también se recuerda a santa Elizabeth Setton y al beato Secondo Pollo.
Departamento de Pastoral de Radio Cáritas Universidad Católica