“Alabado, seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal, de la que ningún hombre puede escapar”: así oraba san Francisco.
La inexorable carrera del tiempo, a la que ningún mortal puede sustraerse, representa desde siempre uno de los grandes miedos de los seres humanos.
Pero, el tiempo es una criatura de Dios y tiene una perspectiva: la bienaventurada eternidad, en la que veremos y en la que amaremos sin final.
La conmemoración de los fieles difuntos –“fiesta de reparación”, para aquellos que no están en los altares-, se debe, en el 998, a la iniciativa de san Odilón, abad de Cluny.
Esta institución no representa de por sí un hecho nuevo para la Iglesia, que acostumbraba hacer la conmemoración de los difuntos, el día siguiente a la fiesta de todos los santos. Se cuenta que un centenar de monasterios, que dependen de Cluny, contribuyen a la difusión en muchos lugares de Europa septentrional.
Al punto que, en el siglo XIV, Roma confirma oficialmente la memoria de los difuntos.
No existe, en verdad, un pueblo que, aunque acoge las nociones de trascendencia y de supervivencia, no haya prestado gran atención a este culto.
Dan testimonio de esto las civilizaciones prehistóricas y, luego, de forma más compleja, los egipcios, los etruscos, los griegos y los romanos. Religión, cultura y arte están impregnados de esta piedad que une a los vivos con los muertos. El cristianismo, sin embargo, confiere un significado nuevo a la muerte, ligándola al misterio de la encarnación y de la resurrección de Jesús. La visita del cristiano a la tumba de sus seres queridos representa, en efecto, un gesto de cercanía y de espera. Esto se podría asimilar con el gesto de la visita de las tres Marías en aquella mañana de la Pascua: van al cementerio con temor, pero, al mismo tiempo, con la esperanza de la resurrección. Hoy, a todos aquellos que han muerto “en el signo de la fe”, la Iglesia reserva un lugar importante en la liturgia: hay oraciones de intercesión en la Liturgia de las Horas y, sobre todo, se le ha concedido la facultad a todo sacerdote para celebrar tres misas, en sufragio de las almas de los difuntos.
Hoya también se recuerda a san Justo.
Departamento de Pastoral de Radio Cáritas Universidad Católica