San Juan de la Cruz, presbítero y doctor de la Iglesia
“Donde no hay amor, pon amor y encontrarás amor”. Esta es, quizá, la frase que sintetiza mejor la vida y la espiritualidad de Juan de la Cruz.
Juan es el último de tres hermanos, nace en 1542, en Fontiveros, cerca de Ávila, España. Muerto el padre, la familia se ve obligada a trasladarse a diversos lugares en busca de trabajo. Él debe adaptarse, como aprendiz de sastres, carpintero, tallador y pintor. Terminados los estudios humanísticos, junto a los jesuitas, escoge entrar en la Orden Carmelita, por lo que es enviado a Salamanca para completar la formación universitaria. Al regresar a Medina del Campo conoce a Teresa de Ávila, una monja extraordinaria, fuerte y emprendedora, que había comenzado la reforma de los monasterios de los carmelitas. Colabora con ella en la fundación del monasterio de las Carmelitas Descalzas de Valladolid, experiencia determinante para sus obras de reforma de la rama masculina de la Orden carmelita, que marca también el nacimiento, en 1568, del primer monasterio, en el que permanece como maestro de novicios en los años por venir. Teresa de Jesús, convertida en priora del Monasterio de la Encarnación de Ávila, lo quiere cerca de sí, como confesor y como director espiritual, encargo que asume de 1572 a 1577.
El joven carmelita, que había cambiado su nombre por Juan de la Cruz, junto con Teresa, quien jocosamente lo llama su “pequeño Séneca”, realiza la reforma de los conventos masculinos, sin dejar de suscitar polémicas y disgustos. Pequeño de estatura, pero grande a los ojos de Dios, menudo, con amplia frente, bajo la cual brillan unos ojos intensamente negros, Juan es un hombre de oración, muy inteligente, que Dios ha destinado a grandes empresas.
Finalmente, en 1580, los carmelitas descalzos obtienen el reconocimiento pontificio y Juan puede ejercer libremente su influjo reformador. El pequeño fraile, considerado “religiosos desobediente y rebelde”, conoció los rigores de la cárcel conventual de Toledo, donde, en medio del martirio del cuerpo y de la “noche del alma”, alcanzó aquella unión mística, que, luego, cantó e ilustró en sus obras. Muere a la medianoche, entre el 13 y el 14 de diciembre de 1591.
Se le invoca para curar las enfermedades y las molestias de los pies.
Hoy también se recuerda a san Venancio Fortunato.
Departamento de Pastoral de Radio Cáritas Universidad Católica