Monseñor Caccia habló en Nueva York de la educación, «fundamental» para romper el círculo vicioso de la pobreza que es «una afrenta a la dignidad humana». El llamamiento del delegado vaticano a la comunidad internacional: se está lejos del objetivo de erradicar la pobreza, se necesitan más esfuerzos.
En el campo de la educación el papel de los padres es insustituible e inalienable, «no puede ser totalmente delegado o usurpado por otros». En su intervención ante la Asamblea General de la ONU en Nueva York, el observador permanente de la Santa Sede, el arzobispo Gabriele Caccia, habló sobre el tema de la educación, «un factor fundamental para el desarrollo sostenible que permite a todo ser humano adquirir las competencias necesarias para participar plenamente en la sociedad».
Los padres, primeros educadores
Invertir en educación es, por tanto, vital, según el prelado, que recomienda apoyar y ayudar adecuadamente a la familia, célula fundamental de la sociedad, primera escuela de la vida social. «Los padres -explica Caccia- son los primeros educadores y tienen el derecho y la responsabilidad de asegurar que sus hijos reciban una educación adecuada e integral que promueva su bienestar en todas las dimensiones -física, mental, moral, espiritual y social- de la vida humana». De ahí el llamamiento a los Estados y a las autoridades para que garanticen este derecho y aseguren las condiciones concretas necesarias para su ejercicio».
La pobreza es una afrenta a la dignidad humana
Cuando falta educación, según el Observador Permanente de la Santa Sede, faltan las herramientas necesarias para el crecimiento humano, moral y social de la persona, así como las condiciones necesarias para romper el círculo vicioso de la pobreza. «La pobreza -afirma Caccia- es una afrenta a la dignidad humana» y consiste no sólo en «la falta de recursos económicos», sino en la carencia de necesidades básicas que incluyen, además de la educación, la vivienda, la electricidad, el agua potable y la asistencia sanitaria». «No se han realizado los progresos necesarios para erradicar la pobreza previstos para 2030», señala el representante de la Santa Sede ante la ONU en Nueva York, que pide «un esfuerzo concertado e inmediato de la comunidad internacional para recuperar el rumbo» y apostar por un modelo de desarrollo centrado en la persona humana y orientado al bien común.
Fraternidad y cuidado de la casa común
El objetivo último de la educación es, según el arzobispo, «permitir a cada persona realizar su pleno potencial, asimilar los valores y virtudes fundamentales. La educación contribuye a poner fin a la exclusión y a «renovar el tejido de las relaciones para una humanidad capaz de hablar el lenguaje de la fraternidad». Los programas educativos, además, advierte monseñor Caccia, deben promover, además de la fraternidad humana, «una cultura del cuidado para la protección de nuestra casa común».
«La Santa Sede -concluye-, especialmente a través del incansable trabajo de las numerosas escuelas, universidades e instituciones educativas católicas de todo el mundo, seguirá poniendo de su parte para garantizar a todos el acceso a una educación de calidad, en línea con la dignidad de la persona humana y nuestra común vocación a la fraternidad».
Fuente: Vatican News