Hoy se recuerda a San Olegario, una figura destacada del siglo XII, nacido en 1060 en una familia noble de Barcelona. Desde temprana edad, sus padres lo confiaron a la catedral de Santa Cruz para su educación.
Convertido en presbítero, se unió al gremio de canónigos de la catedral y, más tarde, asumió el papel de obispo de Barcelona en 1116. Durante su tiempo, también fue arzobispo de Tarragona, participando activamente en la reconquista de la región de Tarragona, que estaba bajo el dominio árabe desde el siglo VIII. Además, fungió como administrador eclesiástico de los territorios de la diócesis de Tortosa.
A pesar de las múltiples responsabilidades que llevó sobre sus hombros, San Olegario demostró ser un hombre de fe inquebrantable y confianza en Dios. Su labor no se limitó solo a lo espiritual, ya que también desempeñó un papel en la política de la época, sirviendo como consejero y colaborador de figuras importantes como Ramón Berenguer III y Ramón Berenguer IV.
Un santo conciliador
Su nobleza de carácter le ganó el aprecio tanto en el ámbito religioso como en el político. Asumió un papel de mediador en momentos cruciales, como lograr un acuerdo de paz entre el rey Ramiro II de Aragón y Alfonso VII de Castilla. San Olegario destacó por su capacidad para discernir y cuidar las fronteras entre el poder civil y eclesiástico, contribuyendo así a la renovación de la Iglesia local y fortaleciendo su independencia.
San Olegario falleció en Barcelona el 6 de marzo de 1137 y, cinco siglos después, fue canonizado por el Papa Clemente X en 1675. Su cuerpo, incorrupto, descansa en la Catedral de Barcelona, siendo venerado por la fidelidad de los sacerdotes, obispos y el Papa al servicio del Pueblo de Dios. Su cuerpo se encuentra en una urna de cristal dentro de la capilla del Cristo de Lepanto.