El centurión romano, que además de ser testigo de aquel fatídico día, es conocido por haber traspasado con su lanza el costado de Cristo, un acto que desencadenaría en una transformación profunda en su vida.
Este hecho, no solo fue un gesto físico, sino un punto de inflexión espiritual para Longinos. Se dice que tras cometer lo que podría considerarse la mayor profanación, Longinos fue tocado en lo más profundo de su alma por el amor divino, lo que cambió su vida para siempre. Sus palabras registradas en el Evangelio, «Verdaderamente Este era Hijo de Dios» (Mateo 27,54), reflejan su reconocimiento de la divinidad de Jesús.
Se dice que sufría de una pérdida gradual de la vista, y que al retirar su lanza del cuerpo de Jesús, una gota de la sangre divina salpicó sus ojos, curándolo instantáneamente. Este acto marcó su conversión espiritual.
Después de su encuentro con Cristo en la Cruz, Longinos habría abandonado su carrera militar y se habría unido a la comunidad cristiana. Se dice que se convirtió en un apasionado predicador del Evangelio, viajando por Cesarea y Capadocia para compartir la fe y ganar adeptos para el Reino de Dios.
Sin embargo, tiempo después fue capturado durante la persecución en Capadocia y llevado a juicio, donde se negó a renunciar a su fe. A pesar del tormento, Longinos no flaqueó en su fe y desafió a las autoridades al destruir imágenes de ídolos paganos. Finalmente es ejecutado.
Si bien existen varias historias alrededor de San Longinos, es un testimonio de la grandeza del amor y la misericordia de Dios.