“Para el alma son necesarias muchas lecturas y que sean muy espirituales”, sostenía ese corazón que conectaba con su pluma evangelizadora, San Gregorio Barbarigo, el diplomático veneciano que posteriormente abrazó la vida consagrada.

 

Ordenado sacerdote en 1655, Barbarigo fue nombrado obispo de Bérgamo y luego de Padua en 1664, además de ser creado cardenal en 1660. Su gestión pastoral en ambas diócesis fue marcada por su dedicación y esfuerzo por mejorar la vida espiritual de su comunidad. ¿Y cuál fue su instrumento?, la escritura.

 

Como obispo, Barbarigo promovió la educación y la cultura católica. Estableció imprentas para publicar literatura católica y fortaleció la formación de seminaristas en Padua y Bérgamo. Fundó una biblioteca y una escuela políglota en Padua, además de impulsar la construcción de escuelas populares y catequéticas.

 

San Gregorio se destacó por su caridad y misericordia, especialmente durante la gran peste de Roma, donde ayudó a los enfermos. Fundó la Congregación de los Oblatos de los Santos Prosdócimo y Antonio, inspirándose en San Carlos Borromeo. Barbarigo falleció el 15 de junio de 1697, fue beatificado en 1761 y canonizado en 1960 por el Papa San Juan XXIII.