“Si me curas de esta enfermedad, dedicaré mi vida al sacerdocio y al apostolado”
Es así, como de una promesa nace una de las historias más lindas de misión y servicio, la vida de San Francisco Caracciolo, es tan solo uno de los tantos testimonios de cómo Dios obra en la vida de cada uno, guiando hacia la labor que para cada uno destinó, basta con estar atentos para percibir sus señales.
Hoy, 4 de junio, recordamos a San Francisco Caracciolo, un joven italiano que a su corta edad de 22 años padeció una enfermedad de piel. Ante su sufrimiento, promete a Dios, que si lo cura, será sacerdote y dedicaría su vida al apostolado. ¡Dicho y hecho! Tras curarse, San Francisco fue a Nápoles para ser ordenado sacerdote, posteriormente se unió a un grupo de apostolado que se dedicaba a atender a enfermos en los hospitales y a los presos en las cárceles.
Tenía el poder de sanar. Con solo hacer la señal de la cruz, podía devolver la salud a los enfermos.
No existen las casualidades, sino las “Diosidencias”
En 1588, el apóstol Juan Adorno se propuso crear una comunidad religiosa dedicada tanto a la oración como al apostolado. Para materializar este sueño, buscó consejo y colaboración de un hombre llamado Ascanio Caracciolo, a quien envió una carta detallando su proyecto. Sin embargo, por confusión, la carta llegó a manos de san Francisco Caracciolo en lugar de Ascanio y con ella, la misión que Francisco tanto anhelaba. De esta manera, Juan Adorno y Francisco Caracciolo fundaron juntos la nueva congregación de “Clérigos regulares”.
El santo sentía un amor profundo hacia la Eucaristía y transmitía a los sacerdotes de la nueva congregación.
“Preciosa sangre de mi Jesús, eres mía, y por ti y solo por ti espero salvarme. ¡Oh, sacerdotes, esforzaos por celebrar la misa todos los días y embriagaos con esta sangre!”
Por este motivo era conocido como “el predicador del amor de Dios”.
El 4 de junio de 1608, partió a la llamada del Señor. Fue canonizado por Pío VII en 1807.