15 de febrero. Apóstol del Sagrado Corazón de Jesús.
Sacerdote jesuita francés del siglo XVII, canonizado por San Juan Pablo II en 1992, San Claudio es recordado no solo por su entrega al Sagrado Corazón de Jesús, sino también por su humildad y compromiso hacia su vocación.
Formación y compromiso espiritual
San Claudio provenía de una familia numerosa con una profunda vocación religiosa, nacido en 1641 en el sur de Francia, en Saint-Symphorien-d’Ozon. A los 17 años, ingresó a la Compañía de Jesús, donde admitió haber experimentado una «terrible aversión» durante su noviciado debido al riguroso entrenamiento. Sin embargo, esta etapa crucial de su formación contribuyó a desarrollar sus talentos naturales y fortalecer su disposición espiritual.
En su camino hacia el sacerdocio, San Claudio se comprometió de manera privada a obedecer las reglas y órdenes de Dios con la máxima perfección posible. Esta dedicación profunda se convirtió en el sello distintivo de su vida y ministerio, mostrándose como un modelo de entrega total al servicio divino.
Firme a su misión
Posteriormente, en 1669 se ordena como sacerdote, se caracterizó por ser un predicador elocuente y dedicado. Además de ser docente en las universidades, fue tutor de los hijos del ministro de finanzas del rey Luis XIV.
En 1674, fue elegido superior de la casa jesuita en Paray-le-Monial.
Humildad y apertura del corazón
En ese período y lugar, la vida de San Claudio se cruzó con la de Santa Margarita María de Alacoque, una monja que afirmaba haber tenido revelaciones personales de Jesucristo, especialmente vinculadas al Sagrado Corazón. A pesar de que en el convento las revelaciones de Santa Margarita eran miradas con escepticismo y rechazo. Por el contrario, San Claudio adoptó una actitud de apertura y escucha.
En lugar de rechazar las vivencias de Santa Margarita, San Claudio se convirtió en su guía espiritual. Finalmente, llegó a la conclusión de que las revelaciones de Margarita eran auténticas y extraordinarias, respaldando su veracidad ante la Iglesia.
Así, San Claudio de la Colombière se erige como un ejemplo de cómo la humildad y la apertura espiritual pueden convertirse en herramientas poderosas para comprender y aceptar las manifestaciones divinas en la vida de los demás. Su actitud de escucha atenta y discernimiento riguroso subraya la importancia de no emitir juicios apresurados, sino de aproximarse a las experiencias espirituales con una mente abierta y un corazón humilde.