El servicio pastoral de Radio Cáritas me invita a usar el espacio editorial y escribir sobre temas sociales. Recibo esta invitación con mucho aprecio por el regalo que se me hace y agradezco el privilegio y la confianza que se me manifiesta. Más que esto, siento que es un signo de Dios: un llamado a romper un cierto silencio y dar , lo más libre y generosamente posible, esta palabra que se pide a mí, a mis hermanos obispos también, a la Iglesia. Veo que este compromiso puede alimentar un canal de comunicación que fortalece una Iglesia sinodal.
Quisiera, sin embargo, enmendar la propuesta. Más que editorial, quisiera reflexión, espacio, un billete. Tal vez habrá momentos en que será oportuno afirmar posturas, pero no tengo el mandato, como presidente de la Conferencia Episcopal, de involucrar a lo que los periodistas llaman “la Iglesia” (refiriéndose casi siempre a la jerarquía clerical) en compromisos que no hayamos acordado en asamblea. La Conferencia es una asociación, un gremio, somos iguales, y la jurisdicción fundamental en la Iglesia Católica es la diócesis. Y ni ahí las decisiones se hacen en solitario.
Así que recibo la invitación y quiero participar pero más en el modo de un billete. Quisiera compartir cómo el Evangelio de Jesucristo me interpela a mí en los acontecimientos que vivimos en sociedad. No me veo tanto como maestro sino como testigo. Y veo también que este proceso me enseñará mucho.
Si tengo que empezar a reflexionar ya, lo haré sobre esto mismo. Hay demasiados maestros. En tiempos de escándalos y contradicciones hay muchas prédicas de virtudes y deberes que, por supuesto tienen razón. Lastimosamente, hay poco trabajo humilde de encarar los hechos e ir a fondo en la comprensión y la acción. Esto mismo tiene un eco en una de las cartas más “sociales” del Nuevo Testamento, la carta de Santiago, capítulo 3, versículo 1. “No sean muchos, no se apuren, no se precipiten… a ser maestros”. El comentario social no es repetir las lecciones de moral que todos conocen, gritando “injusticia”, no es la superioridad moral. Es buscar dónde realmente aprieta el zapato, cuáles son realmente los desafíos y, sobre todo, quiénes son las personas olvidadas, vulneradas, explotadas, alienadas, empobrecidas, excluidas… en estos discursos falsos y prácticas injustas.
Me acuerdo de un sacerdote que decía después de sus reflexiones: “No me digas, muéstrame…” Esto vale para la Iglesia. Sentimos presión mediática para hacer declaraciones sobre temas que no conocemos, en ámbitos donde estamos demasiado poco comprometidos. ¿De qué sirve el discurso si no mostramos con testimonios y obras nuestra caridad y nuestra lucha contra la injusticia? Esto también es tema de la carta de Santiago…
Esto es una crítica y una auto-crítica. Y anuncia lo que quisiera que sea este espacio: unas palabras de un hermano a quien se le confía una tarea pastoral en un pueblo, un creyente que busca la verdad y la coherencia, un ser frágil y pecador que necesita la gracia del perdón, y probablemente muchas otras dimensiones que saldrán a la vista justamente en el intercambio con ustedes. Quisiera entrar por la puerta de la fraternidad más que de la autoridad. Así también, la audiencia siente su propio poder: me pueden criticar, contradecir, aceptar,… puede usar mis palabras para avanzar en sus propias reflexiones.
Así que sí, acepto. Pido a Dios la luz y la sabiduría. Y a ustedes sus oraciones. Bendiciones.
Mons. Pierre Jubinville
Obispo de San Pedro — Presidente de la CEP