Tema: Prevención de abusos
La semana pasada, celebramos una reunión “amplia” de los obispos, los vicarios pastorales, las y los secretarios/as ejecutivos de las pastorales nacionales (Laicos, Pastoral Social, CEBs, Familia, Juventud, etc.) más dos representantes de cada diócesis involucrados en la prevención de abusos en la Iglesia. Sí, en la Iglesia. Mucho del debate actual sobre los abusos, que es un tema complejo y vidrioso en la sociedad, vino de los escándalos que ocurrieron en las Iglesias. Por esto, como Iglesia, nos toca poner en marcha políticas, estructuras, medidas, hacer que no ocurran los abusos físicos, verbales, sexuales, psicológicos, de conciencia… en nuestra vivencia y nuestras actividades. Esto llaman “cultura del buen trato” y debemos comenzar en casa.
En la manera en que se han tratado varios casos, se ha sentido mucho que no se haya puesto en primer lugar a las víctimas, que no se las crea, que se quiera proteger a la estructura más que a las personas. Por esto, en las legislaciones actuales de la Iglesia y de la sociedad, la pena es tan severa por quienes encubren que por quienes cometen el crimen.
Las penas no resuelven el problema. Me llamó mucho la atención una expresión que se usó, hablando del proceso de prevención: la participación de “terceros activos”. Son personas que están en la institución y que testimonian de una “cultura del buen trato”. Agentes de pastoral, catequistas, líderes, religiosos/as, fieles, sacerdotes, Están en los espacios de riesgo, pueden recibir confidencias y acompañar: ayudar a hacer una denuncia, llevar a un profesional competente, buscar recursos, … En todos casos, contribuyen a “abrir” la situación: un pariente observa signos de abuso, los vecinos escuchan las peleas, un amigo anima a salir y contar…
Aquí la expresión lleva un sentido muy profundo. Son “terceros” y digo que se los nombra así porque hasta el momento la situación era “dual”, entre la víctima y el victimario. Todos los posibles “terceros” son excluidos o cómplices. Muchas veces, el victimario halaga o amenaza a la víctima: sos especial, guardá el secreto, no contá a nadie, tú y yo, entre dos. La vergüenza, la confusión, la violencia exigen que esta “dualidad” permanezca en la sombra. La irrupción de terceros puede iluminar y hacer presente la institución, la responsabilidad, la vida común que no se puede enjaular en la relación tóxica porque justamente es dual, no abierta.
La participación de terceros es de suma importancia a la hora de denunciar todo tipo de abuso. Es también una manera de vivir la prevención. Para los ministros, para las personas en posición de poder, para todos los agentes que trabajan con personas vulnerables, la inclusión de los terceros es un signo de salud y de apertura. Que las entrevistas tengan horarios públicos. Que las confesiones se hagan en un espacio visible. Que se preparen las homilías en equipo. Que las relaciones en todos los espacios eclesiales tengan un marco institucional transparente. Cuando se invoca el secreto, que se pregunte “¿para qué?”. En donde haya riesgos de una relación exclusivamente dual, entre la luz de un “tercero”. Su presencia significa: nadie tiene el monopolio del cuidado y yo realmente te amo porque quiero que otros también te cuiden.
En la Iglesia, en la familia y en la sociedad, puede y debe haber espacios de intimidad y de confidencialidad absolutamente respetados. Pero no deben llevar a una relación dual. Por esto hacemos un ejercicio exigente de conversación y de planificación sobre cómo, hasta en estos espacios, física-, interior-, institucional-, simbólica-, ritual-mente, de una manera u otra, llevar la presencia de terceros. No es una amenaza, ni un peso, es una liberación. Es semilla de una verdadera acción sanadora.